Mi mente viaja más deprisa que mi pluma. Miles de veces, he
querido plasmar mis pensamientos en papel. La pereza, la dejadez o la falta de
confianza lo han ido impidiendo. Hay momentos que la mente elabora unas frases
ingeniosas y perfectas, y al sentarme en el papel las musas me abandonan. Es
como esos sueños, que al despertar recordamos y pasados unos instantes, con el
desperezar, desaparecen junto al sopor.
Cuando de inventar improvisando alguna historia de humor, a
veces hilarante, ante mis amigos, he ido enlazando una frase con otra ente las
carcajadas de los demás. Después me sentaba ante el papel en blanco y solo oía
un pequeño grillo en mi cabeza.
Muchas veces me he planteado, si no será que necesito de un
público que me estimule y sirva de gasolina al motor de mi construcción mental.
Mis amigos en los
momentos de mayor fluidez creativa, me aconsejaban que los transcribiera como
si de un monologo se tratase. Nunca lo hice. Ahora, que mi vida va perdiendo su
parte más jocosa y humorística, las letras están más impregnadas de melancolía.
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