jueves, 22 de enero de 2015

Gran Hermano 16, el retorno del gran ojo.

Videocámaras de vigilancia de estudiantes en los institutos. ¿Dónde está el límite entre la seguridad y la libertad individual? ¿Estamos dispuestos a sacrificar el libre albedrio, aunque sea de un modo sano y la intimidad del estudiante, por tener controlado a los más conflictivos? ¿Se pueden aplicar estos métodos a menores de edad en todas sus actividades diarias, violando su intimidad, a la que tiene derecho? ¿Qué zonas se deberían de vigilar? El exterior, los pasillos, el patio, las aulas, el gimnasio, los aseos y vestuarios?
Todos los estados totalitarios que degeneraron en lo más oscuro de la historia humana, sacrificaron a sus ciudadanos poniéndolos al servicio de un mastodóntico estado que los controlaba y explotaba. Justificando las libertades de las personas, en busca del “sagrado” fin de la seguridad y la paz interior. Dos fines loables y que al igual que el hombre debe de buscar la felicidad como logro final, debe hacerlo con el límite del respeto al prójimo, los estados deberían velar por estos logros. Pero este Estado también debe tener límites. Ahí radica el problema, en encontrar hasta donde debe llegar ese control sobre el ciudadano, para no pisotearle sus derechos ciudadanos. En la antigua Alemania Nazi, todos sus ciudadanos terminaron espiándose unos a otros, siendo todos virtuales agentes de la Gestapo.
Países como Estados Unidos de América, que presume de tener los mejores sistemas de vigilancia y policía, no evita ser el más conflictivo de los países civilizados. En índice de delincuencia en los institutos es mayor que en cualquier otro. Y eso que incluso la policía cachea a los estudiantes a la entrada en los centros más conflictivos. Y no estamos hablando de esos periódicos episodios de pistoleros juveniles que descargar su odio y su inconformismo vital a tiros entre sus compañeros y profesores.
Últimamente se están intentando cambiar todas las leyes relativas a la restricción de derechos individuales. Se quiere limitar el derecho de huelga, el derecho de reunión, el derecho a protestar y todo lo relativo a la sana reclamación enfadada. Ahora se vigila al ciudadano con videocámaras callejeras, de locales comerciales y ya en algunos institutos españoles. Falta el gran ojo en cada domicilio para que no se propase nadie ni incumpla ninguna ley.
El profesorado debe vigilar a los estudiantes en sus facetas menos positivas. Está en su competencia como educador de las mentes aun formándose de sus alumnos. Tienen la potestad y la cualificación. Nadie como un profesor conoce a sus alumnos y debe ser su guía espiritual, hasta donde esté dispuesto a aceptar su pupilo. Por ello me parece muy excesivo el uso de la videovigilancia en los centros. Aunque este revestido de legalidad, que impone límites fáciles de saltar.

Seguramente el control seria absoluto y los delitos y las faltas se reducirían pero quizás a cambio de convertirnos en esos alumnos con cabeza de cerdo que desfilan marcialmente por los pasillos camino de la picadora que salen en el videoclip de la canción The Wall de Pink Floyd.
Colaboración LMC

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